NOTAS

16/08/20

Por: María Andrea González


Vicky Colbert en una entrevista reciente dice una frase potente que vale la pena desmenuzar “el aprendizaje es una actividad no un espacio”.

De manera inesperada, e incluso un tanto distópica, se nos ha forzado a pasar de una interacción física constante, a veces desgastante, a una interacción limitada a los medios digitales. Esto nos ha volcado a una relación distinta con el espacio, tanto aquel que consideramos propio de nuestra intimidad como aquellos habitables para la socialización.

Estos últimos de un momento a otro, dejan de ser protagonistas en nuestra cotidianidad y se convierten en un recuerdo lejano y cargado de sentimientos nostálgicos. Se me viene a la mente el cafecito, el teatro, el parque, el salón de baile, y la lista podría continuar.

Más allá del sentimiento asociado a los recuerdos, pensemos por un momento lo que esto implica con aquellos lugares a los cuales les hemos dado un propósito íntimamente conectado con la experiencia física, ¿ Tiene sentido su existencia?.

Esta pandemia, nos ha forzado a cuestionar algunas situaciones que dábamos por hecho, entre ellas : la libertad de habitar el espacio.

Al profundizar, nos encontramos con algunos casos bastante dicientes como los museos, donde la disposición de objetos permiten una cierta apreciación estética, o las instituciones educativas como escuelas y universidades las cuales comprenden un espacio acondicionado para el aprendizaje y enseñanza. Nos encontramos pues con cuestionamientos que no deben ser asumidos con ligereza.

Desde mi propia experiencia debo admitir que convertir la casa en un salón de clase ha sido tormentoso, tanto por los distintos distractores, como por la falta de dinamismo en la interacción grupal.

Y es que si un maestro de golpe tiene que plantearse una nueva forma de enseñar, no es fácil ajustarse a una herramienta nueva y lograr la conexión de sus estudiantes en entornos tan diversos en un tiempo récord. Con ello he reflexionado en dos cosas, una la importancia de la interacción social para el aprendizaje y segundo responder a la contingencia con el mismo tipo de clases a través de una pantalla, no es la respuesta.

Como en otros casos, este momento ha puesto de relieve asuntos que ya se habían advertido. Esto que digo, sobre la manera cómo aprendemos no es nuevo, está requetecontradicho. Lo que es nuevo es la dificultad de aplicarlo a una interfaz virtual, que decanta en una re-configuración sobre el rol del maestro, en un momento de cambios e inestabilidades.

Por otra parte los museos, vistos como esos espacios que por su razón de ser se vinculan con el visitante a través de una experiencia estética, de aprendizaje o contemplación, tienen un reto similar a las escuelas. La experiencia que se da al transitar un museo es irremplazable, por lo que hacer recorridos virtuales nunca logra generar los mismos estímulos que están presentes en la vivencia física. Una de las preguntas presentes, y sobre la cual queda mucho por reflexionar es ¿cómo darle sentido al museo en un espacio virtual? .

Capturas tour virtual Museo Hermitage, San Petersburgo

Estos dos escenarios representan un momento de movimiento en su razón de ser y la manera como lo hemos concebido hasta ahora. Claramente el encuentro físico no es un asunto reemplazable, nuestra conexión social nos identifica como humanos. Sin embargo, los medios para hacerlo varían y continuarán variando. Quedan muchas preguntas, sin una única respuesta sencilla. Lo que sí es claro es que es un momento de creatividad y experimentación ante un nuevo escenario, donde las comprensiones previas nos quedan cortas y exiguas.

“The only one constant in our life is change”, Dan Gilbert


La frase de Dan Gilbert cobra mucho sentido. Cualquiera que sean los factores que motivan al cambio, repentinos e inesperados, o sucesos progresivos, nuestra vida como humanos está ligada al cambio, y eso conlleva movimientos en las instituciones sociales.