ESPECIAL

21/12/2020

Por: Sergio Rosas Romero

La directora argentina presenta su segundo largometraje, una historia centrada en el amor adolescente de dos chicas y los espacios de exclusión o resistencia que las rodean en un barrio marginal de Corrientes.

Clarisa Navas (Corrientes, 1989) no titubea al decir que hace cine por dos razones: trabajar entre amigos y crear nuevos mundos que escapen a las lógicas represivas y excluyentes que parecen dominar nuestra cotidianidad. Muestra de ello es su segundo largometraje, “Las Mil y una”, que la directora presentó en el Festival de Cine de San Sebastián dentro de la categoría Horizontes Latinos y donde obtuvo un reconocimiento del jurado. La película, además de haber sido hecha con amigos (entre muchos, la argentina menciona a Lucas Olivares, asistente de dirección y a Mercedes Gaviria, sonidista colombiana que hizo un impecable trabajo) muestra la vida de cuatro adolescentes en un barrio marginal de Corrientes, un lugar que se balancea entre situaciones de violencia y refugios privados donde la orientación sexual, el juego con el cuerpo y el primer amor se pueden expresar de manera segura y libre.

Las protagonistas son Iris y Renata (interpretadas soberbiamente por Sofía Cabrera y Ana Carolina García, respectivamente) dos adolescentes que viven un amor lleno de inseguridades (muchas veces potenciadas por los incesantes rumores que circulan por el barrio), pero también marcado por una lealtad radical que se materializa al final de la película. En los aspectos técnicos, la película de Navas atrapa la atención de inmediato. Gracias a los recurrentes planos secuencia, seguimos a Iris entre los recovecos del barrio, sobre todo en la noche, momento propicio para conocer a la amada, pero también para exponerse al peligro.

En San Sebastián CUBO habló con Clarisa Navas sobre la participación de su film en el festival de cine de esa ciudad, sobre cómo es hacer cine con amigos y también sobre las múltiples violencias que se viven en Argentina y el continente cuando se quiere vivir y amar libremente.

La historia de amor entre Renata e Iris está marcada por la inseguridad, pero también por la lealtad.

CUBO: "Las Mil y una", además de la mención del jurado en la categoría de Horizontes Latinos, se llevó el premio Sebastiane Latino en su versión 21, una distinción que hace el Festival de San Sebastián para el cine de temática LGBT. ¿Qué significa este premio para ti y, en general, qué importancia tiene este tipo de distinciones en el cine contemporáneo?

Clarisa Navas: Para "Las Mil y una" es una reivindicación muy grande. Yo siento que no hago películas LGBT sino que tienen que ver con una sensibilidad de la disidencia, sobre todo de la periferia. Y que este premio reconozca el film como la mejor película LGBT del año es muy sorprendente, porque nuestra provincia y la región donde filmamos, de donde yo soy, son muy conservadoras, siempre es problemático tratar estos temas y creo que siempre nos encontramos con un fantasma de rechazo. Entonces, el hecho de que esta película sea legitimada con un premio en España quizás ayude a que la recepción sea distinta cuando se estrene en Argentina.

Y a nivel industria, el hecho de que existan estos premios destaca algo que muchas veces corre invisibilizado. Algunos, como el Sebastiane, son lindos precisamente porque les dan un valor particular a estos films, mucho más allá de que aparezcan personajes con un deseo por alguien del mismo sexo o género, no es tan fácil como decir que hay películas “normales” y otras LGBT; muchas veces esas distinciones empequeñecen a las películas, pero afortunadamente no es el caso de este premio.

C.: Has mencionado en otras entrevistas que tú y tu equipo procuraron hacer una filmación “ética” en el barrio que sirvió de locación. ¿Qué se pierde o qué tanto daño se hace cuando un director no tiene esa relación ética con los lugares donde filma?

C. N.: La pregunta abre un abanico bien interesante en el cine latinoamericano. Por lo general, para mí, el problema tiene que ver con que el acceso al cine siempre ha sido muy limitado a una clase alta que ve y construye imágenes sobre otros que están muy lejanos. En ese sentido los barrios, los espacios más marginales, siempre son escenarios o sets de algo, donde por lo general siempre hay una distancia muy grande.

Yo me crié ahí, en Las mil, y eso hizo que la pregunta fuera cómo acercarme, cómo construir en ese lugar imágenes que no objetualicen ni embellezcan la pobreza, a no hacer una espectacularización de lo marginal. Es una lástima que muchas vidas se extingan en esta clase de lugares por la misma marginación que hay del sistema y hacer cosas bellas sobre eso no me interesa, más bien la posibilidad de resistencia que hay allí.

Mi cine se plantea no ser extractivista sino más bien trabajar en conjunto entre todos.

Los dos mejores amigos de Iris son dos hermanos que se salen de los moldes masculinos tradicionales

C.: Ana Carolina García, actriz que interpreta a Renata, una de las protagonistas, es tu amiga desde hace años. ¿Cómo fue trabajar con ella y qué consideras que es lo más provechoso de hacer cine con amigos y amigas?

C. N.: Yo creo que sigo haciendo cine porque trabajo con mis amigos, no podría hacer algo diferente si no estuvieran Ana Carolina García o el asistente de dirección que es Lucas Olivares, que también hace todos los entrenamientos conmigo; ellos son mis mejores amigos y creo que el hacer cine también nos abre la posibilidad de inventar otras lógicas en una cotidianidad que es difícil. La mayoría somos de ese barrio y, si lo miras desde lejos, pareciera imposible que hagamos cine siendo de allí. Y creo que el cine siempre nos ha abierto esa posibilidad de imaginar otros mundos posibles, algo de ilusión de la vida, que justamente se nos da porque decidimos hacer una película.

C.: Como espectador me pasó que, al comienzo de la película, no sabía si estaba frente a un espacio donde se podía ser como se quisiera ser, o si más bien el film nos enfrentaba a espacios de estigmatización o violencia. ¿Cómo lograste establecer ese balance entre los espacios privados/seguros frente a los públicos/agresivos?

C.N.: Pienso que justamente esa diferencia responde a una experiencia muy propia de haber habitado el barrio y haberlo hecho de esa manera. Justamente la posibilidad de armarse una especie de refugio u hogar frente a lo que propone el afuera, el contexto, es lo inalienable. Puede haber pobres, estigmatización, diferencias de clases, pero la posibilidad del afecto y a partir de él soñar, pensar otras maneras, habitar otro tipo de universo, eso todavía no está exiliado.

C.: Con respecto a lo que dices hay algo muy interesante relacionado con Iris (Sofía Cabrera): en la película la figura de sus padres queda apenas dibujada por unas voces que gritan y discuten en las pocas escenas que vemos en su casa. ¿En qué momento del proceso creativo decidiste representar esa paternidad conflictiva que rodea al mundo de la protagonista?

C. N.: Creo que es una propuesta estética y formal que tiene que ver con la adolescencia, un momento en el que parece haber una desconexión total. Los padres se alejan tanto de lo que está viviendo un hijo o hija que entonces lo que termina resonando son voces a la distancia, conflictos, cosas que por más que no tengan imagen son igual de oprimentes. Y me interesaba que a Iris le pase eso todo el tiempo: cuando se escuchan los vecinos que gritan, que discuten, el padre que le pregunta por detrás de la puerta. Eso es algo que está muy presente a nivel sonoro, y por más que no se vea para el espectador resulta fuerte.

C.: Algo recurrente en la película es la representación de masculinidades tóxicas, muchas veces sin importar la orientación sexual de los personajes. ¿Por qué era tan urgente para ti representar esa violencia machista?

C. N.: Creo que es uno de los grandes problemas latinoamericanos y obviamente Corrientes no es la excepción. Esta pandemia de machismo y de violencia son cosas imposibles de obviar cuando trabajas con una película que tiene sentido más allá de unas historias concretas. Hay problemas que son de mucha urgencia, y esta masculinidad tóxica es algo que prolifera y que pareciera nunca acabarse. Inclusive, pareciera que frente a un movimiento feminista y de resistencia como el de hoy el machismo se sigue oponiendo con más fuerza que antes.

La película se pregunta qué se hace frente a un ataque, cómo se defiende una. Yo tengo muchas amigas en Las Mil que andaban con navaja y, llegado al punto de si viene alguien, navajazo...Obviamente esas cosas pueden salir mal y hay que irse, tal como le pasa a una de las protagonistas de la película. Es una cosa que a mí me toca muy de cerca, también miles de veces me han pasado situaciones difíciles o complicadas en Las mil.

C.: En la película los personajes de los dos hermanos (Mauricio Vila y Luis Molina Casanova) representan dos tipos de masculinidades alejadas del paradigma del macho latinoamericano. Uno es más corpóreo (baila, salta, juguetea) mientras el otro es más artístico (escribe poemas, manifiestos, etc.). ¿Qué nos puedes decir de estos dos personajes?

C. N.: Yo creo que su manera de ser es una elección consciente para no ser esa otra clase de hombre. Si el contexto en el que viven está marcado un estereotipo de masculinidad marcado por el acoso a las mujeres, ellos están justamente corriéndose a la vereda de enfrente de esas lógicas.

Creo que van encontrando su singularidad y quizás si fueran de otra clase social sería más fácil, ¿no? No es lo mismo ser disidente y tener otros accesos, pero en Las Mil ¿de qué manera se puede hacer? Esta mucho más vedada la posibilidad de singularizarse. Pero, así y todo, lo logran.

Los espacios privados son seguros para que los personajes se expresen con libertad y sin temor a exclusiones.

C.: Otra directora mexicana, Fernanda Valadez, afirma que el cine que le interesa hacer es el que levanta preguntas incómodas. En tu carrera, ¿cuál es el cine que más te interesa hacer y cómo has luchado por defender esa postura?

C. N.: Yo creo que el cine que me interesa es el que puede hacer preguntas y también el que puede correrse un poco de los lugares privilegiados y trabajar en el margen, con todo lo que eso significa. Yo no vivo del cine, doy clases, hago otras cosas, esto es una actividad que cada vez que se da decimos "Qué bien que se pudo hacer la película", pero todo eso también comporta un entusiasmo y una dedicación en donde se va la vida en la propia película. Muchas veces el cine ha actuado para mí como bálsamo, como un refugio, entonces creo que construir esta suerte de películas-refugio no es poca cosa, algo que permita ilusionar la vida y poder crear otras lógicas dentro de lo posible.