NOTA

09/11/2020

Por: Laia Mataix

El paso del huracán ‘Eta’ por Centroamérica ha dejado al menos 87 muertos, mientras que las lluvias torrenciales y los deslizamientos de tierra asociados han provocado daños materiales incalculables. El super tifón ‘Goni’ cobró la vida de al menos 20 personas en Filipinas, apenas una semana después de que ‘Molave’ dejará un balance de 16 fallecidos. ‘Zeta’, por su parte, arrasó algunos estados de Estados Unidos llevándose por delante a seis personas. Además, en todos los países azotados por un evento de este calibre, las familias que se quedan sin casas, los destrozos en la infraestructura pública y el balance de daños en general es siempre muy elevado.

Estas son solo algunas de las cifras de una temporada de fenómenos naturales especialmente virulenta este 2020, tanto que el tradicional sistema para nombrar a huracanes y tormentas tropicales con una letra del abecedario ha sido agotado, y las autoridades han recurrido al alfabeto griego para denominar a las incesantes tormentas que azotan el mundo.

Aunque si ampliamos el periodo de tiempo, las cifras son aún más alarmantes. Según Naciones Unidas, entre los años 2000 y 2019, un total de 7.348 catástrofes se han cobrado la vida de 1,23 millones de personas y han afectado a 4.200, con unas pérdidas económicas mundiales de alrededor de 2,97 billones de dólares. El organismo internacional añade que más de ocho millones de niños fueron desplazados en el mundo durante 2019 debido a desastres naturales.

A esta información del aumento de los fenómenos naturales desastrosos año tras año, alarmante cuanto menos, se suma la advertencia de la ONU: para 2030, el 50% de la población mundial vivirá en áreas costeras propensas a inundaciones, tormentas y tsunamis.


Resiliencia o sentencia


Sin duda, está claro el camino al que estamos abocados: destrucción por episodios voraces y cada vez más frecuentes, por lo tanto, la conclusión también debería estar clara: deberíamos estar más preparados que nunca para afrontar o resistir el embiste de estos eventos. La resiliencia, adoptada por bandera por Naciones Unidas como estrategia de resistencia, es una de las premisas para afrontar estos inevitables desastres.

Claro está que no podemos hacer nada para que no sucedan, de hecho, todo lo contrario, hemos hecho todo lo que hemos podido para incrementar su frecuencia y virulencia. Como señala el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el aumento de la temperatura del planeta en las últimas décadas ligado al cambio climático, está directamente relacionado con el incremento de este tipo de eventos, de hecho, “un clima cambiante produce cambios en la frecuencia, la intensidad, la extensión espacial, la duración y las circunstancias temporales de los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, y puede dar lugar a fenómenos meteorológicos y climáticos extremos sin precedentes”.

E incluso, “hay evidencia de que algunos fenómenos climáticos extremos han cambiado como resultado de la influencia antropógena, entre otros, el aumento de las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero”, según señala el informe ‘Gestión de los riesgos de fenómenos meteorológicos extremos y desastres para mejorar la adaptación al cambio climático’ emitido por el mencionado organismo internacional.


La utopía


No obstante, podemos estar prevenidos, mejorar nuestros sistemas de detección y asegurar una buena gobernanza para afrontar las consecuencias de su paso. Aunque esta sería la conclusión lógica, ante el aumento de desastres naturales experimentado en lo que llevamos de siglo XXI, solamente 93 países han aplicado estrategias de riesgo de desastres a nivel nacional.

En este sentido, la exposición y vulnerabilidad son dos de los factores más relevantes a tener en cuenta en cuanto a los impactos se refiere. Las condiciones sociales, económicas, demográficas, culturales, de gobernanza y ambientales determinarán las consecuencias del paso de un huracán o tormenta tropical por un país.

Es así, y viendo las cifras indicadas en este texto, que los países “en desarrollo”, como pueden ser los centroamericanos o del este asiático, registran una mayor letalidad así como de daños materiales generalmente tras el paso de estos fenómenos, mientras que las pérdidas económicas causadas por los desastres relacionados con fenómenos meteorológicos son mayores en los países “desarrollados”.

Una respuesta global, de cooperación internacional, se hace, por tanto, crucial para poder coordinar y facilitar a aquellos con menos recursos la garantía de contar con la infraestructura física e institucional para hacer frente a estos eventos.

Inundaciones, sequías, lluvias torrenciales, tormentas tropicales, aumento del nivel del mar, olas de calor, huracanes, tifones o tormentas tropicales son algunos de los fenómenos meteorológicos y climáticos que cada vez con más frecuencia tendremos que enfrentar. Y, aunque parece que la sociedad en general ha adoptado conciencia de la importancia de actuar para frenar la crisis climática, seguimos estando estancados, con salidas del Acuerdo de París, un tratado histórico, por parte de Estados Unidos o con el incumplimiento por prácticamente la mayoría de países del mundo de los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero.

La conclusión parece ser clara: sin resiliencia frente al incremento de desastres naturales estamos condenados a ver y sufrir pérdidas materiales y de vidas humanas que, con el paso de los años, serán cada vez mayores.