NOTA

23/11/2020

Por: Antonio Momblán

El Comité de Dios

En 1961 el médico norteamericano Belding Hibbard Scribner inventó un artefacto que cambiaría la historia de la medicina para siempre. Aplicando una pequeña cánula de plástico sobre una fístula arteriovenosa, permitía a la sangre humana entrar en un circuito donde era transportada a una máquina que funcionaba a modo de riñón artificial que podía conectarse y desconectarse libremente. El revolucionario sistema permitiría a los enfermos de insuficiencia renal, enfermedad que por aquel entonces se estimaba que costaba la vida de 100.000 personas al año solo en Estados Unidos, poder limpiar su sangre de toxinas.

El Seattle Artificial Kidney Center fue pionero al implantar este novedoso y costoso (15.000 dólares anuales de la época) tratamiento, pero solo dispuso en un primer momento de cinco camas equipadas para realizarlo, con lo que resultó evidente desde el principio que la cantidad de enfermos superaba ampliamente la cantidad de recursos disponibles. La buena noticia mostró entonces profundas complejidades con consecuencias demoledoras: los enfermos que pudieran hacer uso de la máquina vivirían, el resto, difícilmente.

En el hospital tuvieron que plantearse en ese momento preguntas a las que nunca antes se habían enfrentado. ¿Quiénes deberían beneficiarse del nuevo tratamiento? ¿Quiénes deberían determinar criterios al respecto? Dar respuesta a ambas cuestiones no significaba otra cosa que trazar una línea que separara la vida de la muerte.

Médicos y especialistas de la época no estaban preparados para una tarea de tanta envergadura. Ni la legislación ni el Juramento Hipocrático del momento daban respuesta, por lo que hubo de crearse un comité para abordar el asunto. El comité, anónimo inicialmente y lego, estaba formado por un pastor, una ama de casa, un hombre de negocios, un abogado, un dirigente sindical y dos médicos especialistas en otras áreas no relacionadas con la nefrología. El comité estudió caso por caso quién debía acceder al tratamiento, teniendo en cuenta la situación personal, social, psicológica y económica de los candidatos. Como era de esperar, el comité estuvo expuesto a mucha presión y crítica.

El Comité de Dios, revista LIFE-1962

A pesar de que el término como tal no sería acuñado hasta 1971, la creación de aquel primer comité supuso el nacimiento de la Bioética, dando un enfoque más moderno a las relaciones entre filosofía, ética y medicina y creando una disciplina aplicada a problemas morales concretos, con un impacto no abstracto, sino real y humano. Decidiendo sobre la vida y sobre la muerte.

Los orígenes de la ética, como forma de reflexión filosófica sobre lo correcto, se remontan a la antigua Grecia. La primitiva medicina de la época no fue ajena a esos procesos reflexivos, siendo Hipócrates un personaje impulsor clave. Desde entonces, la ética médica ha ido evolucionando en paralelo a como lo han hecho culturas, sociedades, religiones y técnicas médicas, pero no es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando cobra un mayor protagonismo.

Los avances médicos en las décadas de los 50 y los 60 fueron especialmente relevantes para la evolución de la bioética. En esta etapa se desarrolla la genética, aparecen las técnicas de reanimación, se empiezan a realizar trasplantes de riñón y de hígado, se inicia la fecundación in vitro de animales y, posteriormente, de humanos, aparece la píldora anticonceptiva… Con ello surgen nuevos dilemas, valores que entran en conflicto y paradojas. Todo ello requería la toma de decisiones morales sumamente complejas, al tener que confrontar valores muy poderosos relacionados con la propia vida humana y donde también intervenían elementos culturales y religiosos muy potentes.

Por ello, al igual que hicieran en Seattle, en otros muchos hospitales entendieron que se necesitaban mecanismos formales para tratar estos asuntos a través de distintos tipos de comités.


¿Cuándo y cómo vivir? ¿Cuándo y cómo morir?

Durante estas últimas décadas, la bioética ha abordado temas como el aborto, la eutanasia, la donación de órganos, la maternidad subrogada o el uso de animales y de humanos en experimentos científicos, creando marcos reflexivos y acuerdos de mínimos desde perspectivas universales alejadas de enfoques individuales, culturales o religiosos.

Los elementos que han participado en estos debates han sido muchos, complejos y de especial sensibilidad. ¿Cuándo comienza la vida humana? ¿Cuándo acaba? ¿Puede una persona disponer de su propia vida en algunas circunstancias? ¿Puede un tercero disponer de nuestra vida cuando hemos perdido totalmente nuestra humanidad? ¿Podemos crear vida en una probeta? ¿Y en un útero ajeno? ¿Justifica el fin los medios cuando se trata de investigar con animales o, incluso, con seres humanos?

Aun no obteniendo consensos absolutos en ciertos temas, es importante que la bioética, guiada por sus principios de no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia, siga siendo capaz de ordenar los debates de forma responsable y racional, ayudándose del Derecho para formalizar su enfoque normativo, legislando de forma abierta y redactando leyes generales que establezcan principios que posteriormente la jurisprudencia vaya perfilando en función del contexto médico y social. Así mismo, es importante que la bioética no caiga en planteamientos aislados de probabilidades técnicas o de relación coste/beneficio, deshumanizando su fin último.


Nuevos humanos

La actual crisis del coronavirus ha puesto de relieve nuevos conflictos de intereses. Uno de ellos es si debemos proteger la salud pública aun cuando ello suponga que los Gobiernos controlen información para evitar fake news. Algo parecido ocurre cuando cedemos parte de nuestra privacidad a procedimientos de rastreo, ya sean a través de apps o a través de personal sanitario. ¿Debe estar la salud pública por encima de valores fuertemente arraigados en la mayoría de las sociedades occidentales contemporáneas como son la libertad de prensa o la intimidad?

Hemos visto también que los triajes, esos procesos hospitalarios empleados para gestionar flujos de pacientes cuando la demanda supera a los recursos, no son fácilmente aceptados por una parte importante de la población, que los tachan de inhumanos, generando mucha polémica al respecto y demostrando que planteamientos bioéticos ampliamente asumidos a nivel médico aún no tienen fácil digestión ciudadana.

Más allá de la atención que merece el momento actual, la bioética debe adelantarse a los muchos retos que nos plantea este tercer milenio. La tecnología, actualmente en un momento de crecimiento exponencial, ya avanza más rápido que la ética y que las propias sociedades. El desarrollo de ordenadores cuánticos no hará sino acrecentar esta brecha si la bioética no comienza a plantear profundos debates muy adelantados a los tiempos actuales. En particular, las próximas décadas serán las de la singularidad tecnológica, ese momento en el que la Inteligencia Artificial traerá asombrosos avances en genética, nanotecnología y robótica. Conforme esa evolución se vaya desarrollando, el ser humano irá trascendiendo su propia biología, habiendo de encontrar un punto de equilibrio entre la superación pragmática de límites biológicos y la conservación de nuestra propia esencia humana.

Al igual que ocurrió en décadas pasadas, una fuerte controversia será inevitable, pero también necesaria. El caso de He Jiankui así lo puso de manifiesto en 2018. El científico chino fue condenado en su país a tres años de prisión y una cuantiosa multa por tratar genéticamente dos embriones humanos para evitar que adquirieran VIH en el futuro. Más allá de las muchas críticas que recibió el experimento a nivel técnico por parte de la comunidad científica, el caso suscitó fuerte rechazo y airado debate a nivel social.


Lulu y Nana, alteradas genéticamente. Vía Google

¿Querríamos que, gracias a la ingeniería genética y la manipulación del ADN, nuestros hijos no sufrieran enfermedades hoy letales como el Alzheimer, la EPOC o el cáncer? ¿Podríamos ir un paso más allá y diseñar `niños a la carta´ por razones estéticas, culturales, ideológicas o elitistas? Artilugios como el marcapasos o las prótesis en extremidades hoy ya están plenamente aceptados en nuestras sociedades, como formas de superar cuerpos dañados mediante la integración de sistemas mecánicos. Pero ¿queremos añadir tecnologías más complejas al resto de órganos para superar todas nuestras limitaciones físicas convirtiéndonos en seres transhumanizados de carne, huesos y tecnología? ¿Podríamos incluso incorporar nuestra conciencia a perfectos cuerpos mecánicos inmortales a modo de software insertado en hardware?

La bioética es más relevante que nunca para abordar estos asuntos y otras amenazas futuras como puedan ser la generación de castas biológicas y la segregación genética, el derecho a la intimidad de genes o la clonación humana.

El elemento de fondo que trasciende a todas estas cuestiones es que inexorablemente pronto dejaremos de ser homo sapiens para convertirnos en una especie superior. Una especie con menos limitaciones físicas y unas capacidades intelectuales potenciadas. La transición abrirá debates y de las respuestas que demos a esos debates nos redefiniremos como especie. Una especie nueva y distinta, pero siempre humana.

Este autor también escribió Arteficial y Neotrabajadores

  1. LIFE 9 nov 1962, Shana Alexander ‘They decide who lives who dies’.
  2. Comités de ética asistencial: de los grandes dilemas a los nuevos desafíos Patricia Sorokin 1 , Andrea Mariel Actis 2 , Delia Outomuro 3.
  3. Fundación Femeba.