ESPECIAL

07/12/2020

Por: Sergio Rosas Romero

Radicado en París desde 1999, Restrepo ha construido una obra cinematográfica que escapa a los facilismos del cine convencional y ha privilegiado una producción que tiende puentes con otras artes. Su más reciente largometraje, ‘Los conductos’, retrata la exclusión y la violencia que ha sufrido Pinky, protagonista del filme y amigo del director.


El Festival de Cine de San Sebastián, contra viento y marea, logró llevar a cabo su edición número 68 entre mascarillas, litros de gel desinfectante y una reducción considerable de las películas seleccionadas para cada una de sus secciones (alrededor de una tercera parte menos). En ese contexto, marcado por el cuidado sanitario y la expectativa por vivir un festival lo más cercano posible a la “antigua normalidad”, Camilo Restrepo (Medellín, 1975) presentó su primer largometraje: ‘Los conductos’. Lo hizo después del estreno mundial de la película en la Berlinale (donde la película ganó el premio Encounters), uno de los festivales que se pudo celebrar antes del estallido del coronavirus en Europa, y después de una serie de presentaciones en festivales online que intentaron sortear los momentos más crudos de la pandemia en abril, mayo y junio. Por eso, tras ese largo periodo de tiempo sin presencialidad, el cineasta colombiano agradeció ver ‘Los conductos’ en la sala de cine de la Tabakalera para así “sentir los cuerpos, las respiraciones, todo eso que te recuerda que haces una película por motivos pasionales”.

Pero no solo la pandemia hizo que la proyección de ‘Los conductos’ en San Sebastián fuera especial para Restrepo; también tuvo que ver la estrecha relación que el cineasta tiene con la ciudad y su movida cinematográfica. La Tabakalera, el centro cultural donde se proyectó una de las primeras sesiones de la película durante el festival, cuenta con una escuela de cine (además de la filmoteca del País Vasco) que ha invitado en varias ocasiones a Restrepo como conferencista o profesor invitado. “Creo que era el lugar perfecto para presentar ‘Los conductos’, o al menos lo más coherente con mi obra”, explica Restrepo, “porque la Tabakalera es una especie de pulpo cultural que reúne, en un mismo espacio, exposiciones de arte plástico, fotografía, escuela de cine y filmoteca. Y justo eso, los puentes entre las distintas artes, es de lo que más me interesa al momento de hacer cine”.

Restrepo no exagera cuando habla de esos puentes entre las artes: su formación lo demuestra. Antes de dedicarse al cine estudió artes plásticas y por un tiempo quiso vivir de su obra artística. No lo satisfizo. Tal como él mismo confiesa, rápidamente concluyó que no era el mejor en ese campo artístico y que debía dejarlo. Sin embargo, siguió pensando en clave de imágenes, formas y color; seguía sintiendo la pulsión de expresarse artísticamente, pero necesitaba otro medio, otro conducto. Así llegó al cine y desde 2011 ha dirigido cinco cortometrajes (‘Cilaos’, 2016; ‘La bouche’, 2017, por ejemplo) que lo han convertido en un visitante habitual de los festivales más relevantes de la actualidad: San Sebastián, Berlín, Cannes, Venecia.

Ahora, en 2020, regresó a los festivales con su primer largometraje, una historia de violencia y exclusión en Medellín contada en líneas temporales que se trasponen y en un constante diálogo entre una imagen y otra. ‘Los conductos’ tiene una marca estética tan personal que en San Sebastián participó en la sección Zabaltegi, la más abierta del certamen al no contar con reglas específicas ni de metraje ni de temática para seleccionar las películas en competición. Esta apertura, tal como ha explicado el cineasta, es uno de los ejes artísticos de su obra. Para Restrepo, resultaría impensable hacer una película que solamente tuviera como fin la diversión o que estuviera atada a unos requisitos formales que castraran la experimentación. O, pensando en el caso concreto de ‘Los conductos’, era imposible que él hiciera esta película sin privilegiar y proteger su amistad con Pinky, protagonista de la película y de la historia de vida detrás de la trama del largometraje.

Pinky (Luis Felipe Lozano) y Restrepo se conocieron mientras este último filmaba su segundo cortometraje (‘Como crece la sombra cuando el sol declina’, 2014). Pinky actuó en algunas escenas y comenzó a hablar con Restrepo sobre su vida que, justo en ese momento, había dado un giro tremendo. Hacía pocos meses, en Medellín, Pinky se había escapado de una secta religiosa que lo había manipulado para cometer los actos ilegales o violentos con los que se financiaba la organización. Después de escapar y buscarse la vida con trabajos informales, Pinky estaba intentado reorganizar su vida, pero en ese momento, le cofesó a Restrepo, lo perseguía la idea de matar al líder de la secta, “El padre”, para ponerle una especie de cierre al ciclo de manipulación y horror al que se vio sometido durante tanto tiempo.


¿Qué hacer con una historia así? ¿Servir de escucha, darle ánimos al amigo y decirle que todo va a mejorar y que se mantenga lejos de problemas? Es quizás en estos contados momentos cuando el arte ofrece más transformaciones que preguntas. Restrepo entiende que el cine, o el arte en general, debe ser una “herramienta de transformación del mundo. Como artista, mi trabajo es lo que me permite crear algo nuevo, ya sea la transformación de una materia en otra o la transformación de una vida en otra nueva”. Así, y después de mucho conversarlo, le propuso a Pinky cumplir con ese asesinato, pero en una ficción, en la forma de una película donde “él iba a ser el dueño de su propia imagen”. A la manera de una inmensa catarsis, Pinky aceptó esta especie de pacto cinematográfico y desde ese año, 2014, comenzaron a trabajar mano a mano para darle forma a ‘Los conductos’.

Con respecto a la participación de Pinky en la película, Restrepo refuerza la seriedad en su tono al responder sobre el asunto. Para él Pinky no es un actor más del montón sino, y, ante todo, su amigo. “Yo éticamente no podía escuchar la historia de Pinky y luego robármela. ¿Crees que podía haber ido con la historia, escribir un guion y luego proponerle a un actor cualquiera que encarnara el rol? No. Desde el comienzo la idea de esta película estuvo ligada a que él iba a representar los actos que vivió y a imaginar a su propio destino. Es así como surgió la idea, no tenía otra manera de proponerle un cambio ni a él ni a mí, tenía que ser en forma de película pues es el único mecanismo de acción con el que cuento”.

A partir de entonces, cuando la idea de la película ya estaba clara para ambos, Restrepo conversó con Pinky muchas horas (por correo, por llamadas, presencialmente cada vez que coincidían en Medellín) para tener clara la historia y saber qué dejar y qué no en el guion. Después, tan solo en 2019, vino el rodaje de 14 días y el consiguiente esfuerzo para post-producir el largometraje. En total, la película cuenta con tres países (Colombia, Francia y Brasil) metidos a fondo en su producción, lo que deja claro el espíritu colectivo y colaborativo de ‘Los conductos’, muy lejos de ser una película exclusivamente de Restrepo.

¿Y qué muestran los 70 minutos del largometraje? La huida de Pinky de la secta tras asesinar al líder y su difícil reintegración a una sociedad que no hace más que rechazarlo. Ya libre, Pinky no encuentra su sitio y esto no se dice, sino que se ve: vive en una fábrica abandonada donde literalmente las sombras reinan en la noche; de noche recorre en su moto las ollas de la ciudad en busca de bazuco; encuentra trabajitos temporales en talleres de camisetas piratas; reflexiona sobre su vida en medio de los cerros que rodean Medellín, la ciudad atiborrada de gente y sus montes solos, destinados a vagabundos y excluidos como él. La estereotipada pujanza paisa encuentra en ‘Los conductos’ un correlato crítico: es una ciudad que, sin muchos remordimientos, empuja a mucha gente hasta el margen para dejarlos ahí y que no incomoden o hagan ruido. Precisamente, ese margen tiene un potente efecto de atracción sobre Restrepo y su cine. El largometraje muestra una sociedad dividida en dos estratos: los que encuentran un lugar cómodo o resignado en el sistema capitalista y los que son obligados a vivir en su periferia. A sus paisanos que persiguen incansablemente ese imaginario paisa sustentado en el emprendimiento a cualquier costo y a la astucia malintencionada, Restrepo les dice “Sigan ustedes hacia adelante, yo y muchos preferimos quedarnos atrás”.

‘Los conductos’ está llena de detalles y decisiones que la hacen una película muy fértil para hacer reflexiones tanto estéticas como sociales. Por poner solo dos ejemplos: la película se puede abordar desde la particular imagen que logra la filmación hecha en película Kodak de 16 milímetros, o también nos lleva a reflexionar sobre la historia colombiana al tener un personaje como Desquite, contraparte de Pinky y representación histórica de la Violencia en el país, un homenaje directo que Restrepo le hace al poeta Gonzalo Arango y a su poema sobre el legendario bandido.

Camilo Restrepo, único director colombiano presente en esta atípica versión del Festival de cine de San Sebastián, muestra con ‘Los conductos’ su apuesta tanto estética como ética. Un director comprometido tanto con la experimentación cinematográfica (escapando a cualquier restricción) como con la incesante crítica que despierta la realidad colombiana en medio de un contexto de capitalismo global. Cuando la violencia ha marcado de una forma tan particular la historia del país, resulta estimulante que un director tan potente como Restrepo tenga clara su posición como artista frente a un tema al que no rehúye. “Pienso que, de alguna manera, dentro de la película intento situar esa violencia que ejemplifica la idea de que integrarse dentro de una sociedad es integrarse dentro de un capital” afirma sereno, pero contundente.